Y LA CLAVE SIGUIÓ SONANDO
Algunos de los integrantes de la legendaria «Clave de hoy» se reunieron en un «charlatorio», a más de 40 años de aquella aventura socio-político-cultural. Sonia Liliana Vallejos los reunió en el SUM del Juan Figueredo de la UNaM, como corolario de su tesis de licenciatura. Fue la primera edición de «Haciendo cosas raras, ciclo de Cine y Rock», una propuesta de la facultad de Humanidades. A pura emoción, los protagonistas relataron sus vivencias, y la Clave siguió sonando.
El encuentro se llamó «Clave de Hoy: movimiento político y cultural en la Posadas de los 70-80. Relatos y análisis de sus protagonistas». Participaron Claudio Díaz (semiólogo); Ángel «Pocho» Agüero y Marcelo Larricq (antropólogos); Miguel Ángel «Mike» Antonio (sonidista) y Charly Godoy (músico-productor musical).
La canción es la misma
Así cerró Claudio Díaz su exposición vía zoom desde Córdoba. El nombre de la canción de Led Zeppelin resume el espíritu de lo vivido en el encuentro. Dedicado a los estudios de música popular, magister en Sociosemiótica y doctor en Letras, Claudio Díaz compartió en el encuentro parte de lo que escribió en su primer libro: «Libro de viajes y extravíos. Un recorrido por el rock argentino (1965-1985)». Desde esa perspectiva inscribió a La Clave en el rock, un movimiento que arrancó en EEUU en los 50 con la emergencia de la juventud como actor social. «Surgió como mezcla de músicas de raíz folklórica, y se constituyó como la primera gran cultura juvenil a escala planetaria».
Recordó que el rock llegó a Argentina como una cultura que interpela a una juventud que se venía gestando con el peronismo. Y esa juventud estaba buscando algo que le permitiera identificarse. La llamaban «música moderna» o «música beat».
Marcelo Larricq, desde su expertiz de antropólogo, llamó a esa búsqueda «exotismo como diacrítico identitario». Radicado hace años en Alemania, Marcelo recordó esos años como el humus, esa tierra fértil en la que luego germinaron sus proyectos y gestaron sus vidas. «Eramos adolescentes, no teníamos mucha idea. Pero había como una vibración. No había películas, sabíamos que existía Woodstok, pero nunca lo vimos. El disco era el único puente. Lo adorábamos en las disquerías. Había como un patrimonio colectivo del disco. Algunos tenían una o dos camas de discos, como Ruli Anadón o Daniel Batllosera».
Había según Marcelo algunos diacríticos que los identificaban, como el pañuelito de seda teñido al batik. Y «vivíamos en el culo del mundo. Nos llegaba la sombra de la caverna de Platón y producíamos con las capacidades que teníamos». Por otro lado, «era una obligación crear. El que no tenía un tema propio era un gil. Había que darle un estilo a esa pulsión con la música, y ese estilo era exótico. Era parte de la rebeldía, una forma de ser diferente».
Otro eje central para él es la libertad. «La dictadura era la cotidianeidad de la arbitrariedad. La música nos ayudó a sobrevivir ese tiempo. Es un humus creativo que nos sigue alimentando. La libertad era entonces una necesidad. Sufríamos también el control social del pueblo. Una sociedad careta, controleti, represora. Por eso Clave de Hoy fue muy liberadora, nos permitió respirar. Fuimos compañeros de esa aventura».
Coincidió Claudio al señalar que el rock llevó la rebeldía como bandera principal contra una forma de vida gris, alienante. Contra un modelo de familia, de escuela, contra la violencia, en defensa del medio ambiente, y contra toda la cultura que excluía.
«Empezaron a aparecer temas como La Balsa, metáfora fundacional de ese viaje hacia un mundo de valores. Y todo se resignificó a partir del 76. Se hizo semiclandestino, pero se afianzó. Surgió el Expreso Imaginario, que llegaba tarde, pero nos nutría».
El Colegio Nacional y la carrera de Antropología
«A mis 14 años tomé contacto con el rock en el Colegio Nacional. Alfredo Schiavoni me hizo escuchar «Vida» de Sui Generis. Marcos Méndez me hizo escuchar Led Zeppelin en el Ranser de mi casa. Y los discos nos abrían a otros mundos. Conocimos a Rimbaud, a Artaud con el Flaco Spineta. Aparecieron Borges, Sábato, Cortázar. Todo circulaba subterráneamente. Rulo Fernández, que trabajaba en la sala Maruja Ledesma, me mostró a Jack Kerouac.
Para Sonia Vallejos fue fundamental también la apertura de la carrera de Antropología en la UNaM. Estudiantes de distintos lugares convergieron y aportaron a ese humus creativo que describió Marcelo Larricq, egresado de la carrera, igual que Pocho Agüero.
La «Cofradía» era otro de los territorios sagrados de la Clave. Una vieja Casona en la que se vivía ese espíritu de hermandad en toda clase de happenings. La «tribu».
En ese clima, «con mi hermano Gustavo empezamos a componer», contó Claudio. «Nos juntamos con Francisco Alí Brouchoud, Pomelo Móttola, y de pronto éramos parte de una tribu. En plena dictadura, en Posadas. Mientras, en la radio sonaban Los Bee Gees».
La dimensión política
Pocho Agüero es actualmente Director General de Tierras y Colonización de la provincia. Contó que durante muchos años vivió en la zona de San Pedro. Desde allí trabajó con diversos colectivos en lucha por sus derechos, especialmente por la tierra. Contó con satisfacción que como resultado se crearon Pozo Azul y Fracrán, aunque aún es una deuda que los colonos puedan vivir del producto de la tierra. Pero identificó en aquel humus creativo el origen de ese deseo de transformación de la realidad, de construcción de un mundo más amable.
También detalló la fuerte impronta del chamamé en el bagaje que dio lugar a la Clave, con todas sus vertientes y variedades. Además, homenajeó a todos los que formaron parte de aquél movimiento que les marcó la vida y que no pudieron estar. El caso de Jony Ber, que le puso el nombre a la Clave, y falleció en un accidente. O de Liliana Seró, marcando que también había mujeres en la movida.
Mike Antonio destacó sobre todo esas ganas de hacerlo todo «a pulmón». Nadie tenía instrumentos propios, solamente la voluntad de hacer esa música como pasaporte a la libertad. Para él fue el germen de lo que después fue la Murga de la Estación, en la que también tuvo un papel fundamental. Y Charly Godoy remarcó la calidad musical. desde su pertenencia al grupo Siembra y luego Salamandra. «Nos fuimos más al folklore porque había que sobrevivir».
Un raudal de emociones fue la marca del encuentro. El reconocimiento de una manifestación provinciana de lo que no percibían en el momento, pero ya era un movimiento global. Anclado en valores, en humanidad, en libertad en un momento de oprobio. Más de 40 años después, Sonia Vallejos recuperó esa historia y los juntó para charlar. Porque al final, a pesar del paso del tiempo, la canción es la misma.